París en noviembre tiene una luz distinta.
Más baja, más dorada, más íntima. Es una ciudad que se ralentiza, que invita a mirar con calma, a detenerse en los reflejos sobre el Sena o en las fachadas empapadas tras la lluvia. No es casualidad que los fotógrafos la adoren en esta época: la capital se convierte en un laboratorio de luz, textura y emoción.